Al final pasamos una buena tarde, como niños chicos jugando con la nieve, tirando con bolas y congelándonos las manos, al final nevó lo suficiente como para observar una blanca y reluciente orilla del Huebra.
Incluso al volver a casa, me encontre con un elegante muñequito de nieve. Poco después me dieron el chivatazo sobre su constructor: Ismael.
Ahora mismo ya no queda nada de nieve en las tierras de San Muñoz, aunque todavía podemos ver algún resquicio en los rincones más sombríos.
Besitos para ellas y abrazos para ellos.
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